¡Qué viva la libertad!
Tengo siete años buscando cómo vivir: a veces una mirada o un beso fueron suficientes para entender a los libros que tanto amé. En otras ocasiones, emborracharme hasta caer muerto en mis pensamientos y en mi vida. Sin embargo, todo fue efímero, nada fue realmente lo que pensé en su momento. Pero, no me arrepiento de valer madre con cada parte de mi cuerpo y de mi mente. El conocimiento y la poesía me salvaron de una vida sin sentido y si no fuese por ellos, me hubiese matado hace ya mucho tiempo. Creo que cada día se acerca más el día de mi muerte. La verdad, la irrefutable, es que ya no quiero pertenecer más a este mundo lleno de conceptos ni de ideas, ni de decepciones, ni de nada. Porque está lleno de mentiras, de sufrimiento, de nosotros: los humanos. Por otro lado, el caminar en lugares que no conozco, que se alejan de las monstruosas metrópolis y que me dan vida con la esperanza de unos ojos que no conocen el mundo, al ver el sal...