¡Quizás tú eras el foco y yo la oscuridad!
Te fuiste un lunes nueve de diciembre del 2019.
Te fuiste después de decirme que no me amabas,
de decirme que no aguantabas más estar conmigo,
te fuiste porque no te hice feliz. Pasé un mes de
Agonía y tristeza porque me dijiste que no me amas.
El día martes supuestamente le platicaste a tus padres
sobre la situación. Les contaste todos nuestro problemas,
nuestras formas y las razones por las cuales pensabas
era mejor que te fueras.
El día miércoles me preparé para el viaje que nos pareció
costumbre después de dos ocasiones. Yo estaba feliz porque
otra vez iríamos y, a pesar de que la última vez me golpeaste y,
reaacioné jalándote. Me parecía una última oportunidad para poder
hacer que note fueras. Compré tus calzones, tus guantes y un gorro,
lavé tus cosas para montaña, dejé todo listo nada más a la espera
de ti. Pasé a platicar sobre un guión y dije que la vida no tiene
momentos malos; hasta hoy, por tu presencia, me olvidé de todo
el dolor que un ser humano puede sentir. Hace un año dejé ir a mi
abuelo muerto, tú me ayudaste con una plática, un beso y un bonito
abrazo a la luz de una luna que nunca vi antes, una que parece sacada
de Debussy. No puedo creer que te fueras así, sin avisarme que te irías.
El día jueves me hablaste alrededor de la una de la tarde, estaba crudo
pero con esperanzas de ti, de tu cuerpo, de tu sonrisa, de tus juegos
absurdos que me gustaban jugar. Teníamos un peluche juntos que
también te llevaste con la excusa de que lo “ibas a bañar”. El koala
era lo que podríamos conocer como un símbolo de amor que
construyó una pareja en tres años de vida juntos. Me pediste que
habláramos, lo hiciste tranquila, yo sentí un hueco hondo en el pecho.
Me querías decir que esta vez no iríamos a campo porque viste un
especialista que te recomendó no asistir por tu salud mental. No supe
qué contestarte, sólo te dije que sí y me preocupé, insististe que fuera
solo. Pero, ¿acaso no recuerdas que te amé también allá?
Quedé como un tonto, no supe qué hacer, ya estabas tú lejos de mí,
fue ese momento en el que te comencé a extrañar. Todo el día estuve
desesperado, intentando entender qué pasaba contigo. Dos días
atrás le dijiste a tus padres que yo era un mal hombre, que abortaste
nuestro hijo, que te golpeé en varias ocasiones. Pero nunca te toqué,
ni siquiera con mi amor. Siempre fueron momentos de exaltación donde
llegamos al límite, nos insultamos, nos jalonéabamos, nos empujábamos.
Pero estábamos juntos, donde estuviéramos juntos nos amamos, nos
amábamos. En mi mente tengo algunos momentos donde me abrazaste
con amor, te sentí como nunca sentí a nadie más. Amé tu pequeña
figura más que a la mía. Te di mi cuerpo entero, ¿recuerdas el viernes
antes de decirle a tus padres que nos casaríamos? ¿La veces en el metro
cuando nos abrazamos mucho y eso era suficiente, como si hiciésemos
el amor? Sólo éramos tú y yo. No teníamos dónde estar, pero estábamos
juntos. Te amé tanto que pedí que viviéramos conmigo, buscamos estar
el uno para el otro a toda hora. Y, desde que fui tu novio, no me separé
de ti hasta el día de hoy.
Recuerdo cuando hicimos el amor sólo tocándonos, abrazándonos,
desnudos, cuerpo a cuerpo, sintiendo tu aliento, viendo tus ojos cerrados
llenos de libido, sin penetración. En ese momento supe que cualquier sentimiento
era poco a causa de tu presencia. Poco a poco te pedí que nos casáramos,
soñamos con envejecer juntos, tener hijos y nietos. Me creí capaz de hacerlo.
Planeamos nuestra vida y las cosas por hacer. Tendríamos una boda. Pero,
muy dentro de mí, mi monstruo, me hizo sentir dudas, me dijo que
no era eso lo mejor para mí. A mí no me importó y seguí, dejé a todos, inclusive
dejé a la persona que era yo, sin ti. Ahora sólo soy una sombra que es yo, para
ti. Recuerdo cuando te recogía, esperando por ti, a que finalizaras tu curso de
cine. A veces nos quedábamos en mi departamento que estaba cerca. Muchas
veces hicimos el amor ahí, comimos, dormimos juntos y pareció una buena idea
sentir que podíamos vivir juntos. Visitamos hoteles, restaurantes y lugares para
poder hacer el amor.
El día viernes me dijiste que no sabías si seguirías conmigo, no sabías si seguirías
en la escuela. Sospeché sobre toda la situación y hablé con tu padre, pedí ir a
verte. Me dijo que no era posible, él vendría a nuestra casa. Insistí en saber qué
ocurría, nadie me dio respuesta, ni tu padre, ni tú. Aquellos momentos donde yo
era tu confidente estaban enterrados. Las primeras semanas que vivimos juntos
hablamos mucho, siempre por las mismas causas: tu forma de ser o mi forma de
ser, lo que se inmiscuía en nuestro amor. Buscamos trabajo porque nos casaríamos.
Fuimos a varios juzgados civiles, nos entrevistaron y dimos el sí, lo único que nos
impidió hacerlo fue el dinero. Si en ese momento, en las bolsas de mi pantalón,
hubiese tenido dinero, hoy estaríamos casados. Quizás otra cosa fuese de nuestra
vida. Pasamos de amarnos mucho a pelear, a jalonearnos, a insultarnos, a odiarnos.
Tienes una pasión grande por vivir que no quisiste compartir conmigo. Yo te insistí
y, cada vez, que me terminabas te rogaba que no te fueras como los demás, como
a los muertos que tanto amé. Me ponía mal y no quería vivir, tú te quedabas por amor,
pero se te cumularon esos sentimientos de inseguridad. Tú seguiste violentando con
tus microacciones que hicieron que me sintiera pérfido, pero aún así seguí. Al menos
no estaba solo.
En abril del 2018 te embarazaste, me alegré mucho por un momento, fui feliz porque
tendríamos un hijo. Después recordé que no teníamos trabajo, dinero o una casa. Te
pregunté si era mejor hacer un aborto. Decidiste que era lo mejor, yo pensé que lo
era. Sin embargo, eso fue lo que tu padre me reclamó, fiel a su moral cristiana. Y me
percaté que me dolió más a mí que lo hicieras pues te vi mal, triste, como si algo roto
dentro de ti, yo ya no pudiera pegar. En un momento, antes de entrar al doctor para que
abortaras, pensé en decirte que no lo hicieras, que podríamos buscar una forma para
seguir felices. Pasaste meses desastrosos, yo estuve ahí a tu lado, nunca más te peleé
como las primeras veces. Pensé que el tiempo curaría todo, pero no lo hizo así, sino que
lo acumuló. Yo quería tener el hijo contigo pero tuve miedo, tú me dijiste que eso era lo
mejor, eso ocasionó que, un año y siete meses después, te fueras. A partir de aquel
momento me arrojé contigo al barranco, alumbré tu oscuridad y tus sensaciones con
una vida ficticia que se fue cayendo poco a poco. Te llené de regalos, de abrazos, de
besos, de relaciones sexuales, llené aquel escenario con mi luz pero se hundió cada
vez más hasta que no pude seguirte en esa oscuridad y no volviste a verme a mí, a la
cara, a mi amor. Pretendimos amarnos aún así, seguimos juntos, nos separamos y luego
regresamos para seguir intentando, siempre peleamos. En diciembre del 2018 fuimos
por primera vez a la sierra y, después, de odiarme, me pediste disculpas y seguimos
juntos, otra vez intentando amarnos como un día lo hicimos. Yo te seguí amando,
buscando tu alma en aquel mar de recuerdos. No pasó nada, sólo fuimos, con
momentos monótonos que llamé prácticas o vida. Es normal, te insistí.
Seguimos con nuestra vida, seguimos juntos, amándonos y construyendo momentos,
seguimos haciendo el amor pero no lo disfrutabas más, ni los abrazos que antes nos
aseguraban calor, eran suficientes ahora. Después de nuestra primera pelea fuerte
fuimos al psicológo, nunca pudiste cambiar tu agresión pasiva, yo poco a poco suprimí
a mi monstruo y dejé mi agresión activa que se mostraba en momentos máximos de enojo.
Ponía una excusa pretendida dicha por Chaplin quien dijo algo sobre las colisiones de planetas, algo que no recuerdo ya. Después me diste un beso con sabor a oportunidad,
yo lo acepté, intenté mejorar todo, lo logré con el mismo amor, te saqué poco a poco de
aquel barranco donde caíste. Pero, por alguna razón, caíste después más profundo.
El día sábado fuiste por tus cosas, no hubo plática, sólo te despediste y me diste las
gracias. Se cayó mi mundo porque no estás tú, porque te extraño, porque respiro
recuerdos de tus besos, de nuestros juegos, de nuestros apodos, de los momentos
eternos que construimos en un suspiro o una mirada de pasión. No puedo recordar
las pláticas, ni los temas, abordamos muchas cosas. Los juegos, las peleas, la vida
misma tenía que transcurrir para mí siempre en coalición contigo. No hay un yo fuera
de ti. Sólo estoy aquí, pensando en que estás aquí, pensando en que te fuiste, en que
no pude recuperarte, añorando hacer las cosas mejor. Pero no tiene caso. Dejé de
escribir hace dos años y medio por ti, dejé de ser yo por ti, dejé de existir porque
ahora ya no estás aquí. ¿Dime qué puedo hacer para poder seguir en este mismo
mundo sin ti? No fui un mal hombre, me volqué contigo hasta lo más hondo de tu dolor,
te quise sacar de ahí, quise que fueras feliz, que gozaras existir, vivir, amar, hacer el amor,
emborracharte, pelear, reconciliarte. Quise que te quedaras pero hoy no estás, la cama
está vacía, las luces ya no alumbran, quizás tú eras el foco y yo era la oscuridad.
¡Siempre estás en mí!
Te fuiste el 14 de diciembre del 2019 y no sé si alguna vez regresarás.
¡Te espero en el gran azul!, en la sierra, en la escuela, en nuestro cuarto junto
con las winonis que tiré a la basura, con todas nuestras fotos, con nuestros
libros, con el amor que siempre te tuve, renovado, mejor, lejos de la oscuridad.
Ojalá algún día regreses y pueda abrazarte eternamente, morirme en ti, ser
parte de ti. Te amo por siempre.
¡Te espero para siempre!
Te fuiste después de decirme que no me amabas,
de decirme que no aguantabas más estar conmigo,
te fuiste porque no te hice feliz. Pasé un mes de
Agonía y tristeza porque me dijiste que no me amas.
El día martes supuestamente le platicaste a tus padres
sobre la situación. Les contaste todos nuestro problemas,
nuestras formas y las razones por las cuales pensabas
era mejor que te fueras.
El día miércoles me preparé para el viaje que nos pareció
costumbre después de dos ocasiones. Yo estaba feliz porque
otra vez iríamos y, a pesar de que la última vez me golpeaste y,
reaacioné jalándote. Me parecía una última oportunidad para poder
hacer que note fueras. Compré tus calzones, tus guantes y un gorro,
lavé tus cosas para montaña, dejé todo listo nada más a la espera
de ti. Pasé a platicar sobre un guión y dije que la vida no tiene
momentos malos; hasta hoy, por tu presencia, me olvidé de todo
el dolor que un ser humano puede sentir. Hace un año dejé ir a mi
abuelo muerto, tú me ayudaste con una plática, un beso y un bonito
abrazo a la luz de una luna que nunca vi antes, una que parece sacada
de Debussy. No puedo creer que te fueras así, sin avisarme que te irías.
El día jueves me hablaste alrededor de la una de la tarde, estaba crudo
pero con esperanzas de ti, de tu cuerpo, de tu sonrisa, de tus juegos
absurdos que me gustaban jugar. Teníamos un peluche juntos que
también te llevaste con la excusa de que lo “ibas a bañar”. El koala
era lo que podríamos conocer como un símbolo de amor que
construyó una pareja en tres años de vida juntos. Me pediste que
habláramos, lo hiciste tranquila, yo sentí un hueco hondo en el pecho.
Me querías decir que esta vez no iríamos a campo porque viste un
especialista que te recomendó no asistir por tu salud mental. No supe
qué contestarte, sólo te dije que sí y me preocupé, insististe que fuera
solo. Pero, ¿acaso no recuerdas que te amé también allá?
Quedé como un tonto, no supe qué hacer, ya estabas tú lejos de mí,
fue ese momento en el que te comencé a extrañar. Todo el día estuve
desesperado, intentando entender qué pasaba contigo. Dos días
atrás le dijiste a tus padres que yo era un mal hombre, que abortaste
nuestro hijo, que te golpeé en varias ocasiones. Pero nunca te toqué,
ni siquiera con mi amor. Siempre fueron momentos de exaltación donde
llegamos al límite, nos insultamos, nos jalonéabamos, nos empujábamos.
Pero estábamos juntos, donde estuviéramos juntos nos amamos, nos
amábamos. En mi mente tengo algunos momentos donde me abrazaste
con amor, te sentí como nunca sentí a nadie más. Amé tu pequeña
figura más que a la mía. Te di mi cuerpo entero, ¿recuerdas el viernes
antes de decirle a tus padres que nos casaríamos? ¿La veces en el metro
cuando nos abrazamos mucho y eso era suficiente, como si hiciésemos
el amor? Sólo éramos tú y yo. No teníamos dónde estar, pero estábamos
juntos. Te amé tanto que pedí que viviéramos conmigo, buscamos estar
el uno para el otro a toda hora. Y, desde que fui tu novio, no me separé
de ti hasta el día de hoy.
Recuerdo cuando hicimos el amor sólo tocándonos, abrazándonos,
desnudos, cuerpo a cuerpo, sintiendo tu aliento, viendo tus ojos cerrados
llenos de libido, sin penetración. En ese momento supe que cualquier sentimiento
era poco a causa de tu presencia. Poco a poco te pedí que nos casáramos,
soñamos con envejecer juntos, tener hijos y nietos. Me creí capaz de hacerlo.
Planeamos nuestra vida y las cosas por hacer. Tendríamos una boda. Pero,
muy dentro de mí, mi monstruo, me hizo sentir dudas, me dijo que
no era eso lo mejor para mí. A mí no me importó y seguí, dejé a todos, inclusive
dejé a la persona que era yo, sin ti. Ahora sólo soy una sombra que es yo, para
ti. Recuerdo cuando te recogía, esperando por ti, a que finalizaras tu curso de
cine. A veces nos quedábamos en mi departamento que estaba cerca. Muchas
veces hicimos el amor ahí, comimos, dormimos juntos y pareció una buena idea
sentir que podíamos vivir juntos. Visitamos hoteles, restaurantes y lugares para
poder hacer el amor.
El día viernes me dijiste que no sabías si seguirías conmigo, no sabías si seguirías
en la escuela. Sospeché sobre toda la situación y hablé con tu padre, pedí ir a
verte. Me dijo que no era posible, él vendría a nuestra casa. Insistí en saber qué
ocurría, nadie me dio respuesta, ni tu padre, ni tú. Aquellos momentos donde yo
era tu confidente estaban enterrados. Las primeras semanas que vivimos juntos
hablamos mucho, siempre por las mismas causas: tu forma de ser o mi forma de
ser, lo que se inmiscuía en nuestro amor. Buscamos trabajo porque nos casaríamos.
Fuimos a varios juzgados civiles, nos entrevistaron y dimos el sí, lo único que nos
impidió hacerlo fue el dinero. Si en ese momento, en las bolsas de mi pantalón,
hubiese tenido dinero, hoy estaríamos casados. Quizás otra cosa fuese de nuestra
vida. Pasamos de amarnos mucho a pelear, a jalonearnos, a insultarnos, a odiarnos.
Tienes una pasión grande por vivir que no quisiste compartir conmigo. Yo te insistí
y, cada vez, que me terminabas te rogaba que no te fueras como los demás, como
a los muertos que tanto amé. Me ponía mal y no quería vivir, tú te quedabas por amor,
pero se te cumularon esos sentimientos de inseguridad. Tú seguiste violentando con
tus microacciones que hicieron que me sintiera pérfido, pero aún así seguí. Al menos
no estaba solo.
En abril del 2018 te embarazaste, me alegré mucho por un momento, fui feliz porque
tendríamos un hijo. Después recordé que no teníamos trabajo, dinero o una casa. Te
pregunté si era mejor hacer un aborto. Decidiste que era lo mejor, yo pensé que lo
era. Sin embargo, eso fue lo que tu padre me reclamó, fiel a su moral cristiana. Y me
percaté que me dolió más a mí que lo hicieras pues te vi mal, triste, como si algo roto
dentro de ti, yo ya no pudiera pegar. En un momento, antes de entrar al doctor para que
abortaras, pensé en decirte que no lo hicieras, que podríamos buscar una forma para
seguir felices. Pasaste meses desastrosos, yo estuve ahí a tu lado, nunca más te peleé
como las primeras veces. Pensé que el tiempo curaría todo, pero no lo hizo así, sino que
lo acumuló. Yo quería tener el hijo contigo pero tuve miedo, tú me dijiste que eso era lo
mejor, eso ocasionó que, un año y siete meses después, te fueras. A partir de aquel
momento me arrojé contigo al barranco, alumbré tu oscuridad y tus sensaciones con
una vida ficticia que se fue cayendo poco a poco. Te llené de regalos, de abrazos, de
besos, de relaciones sexuales, llené aquel escenario con mi luz pero se hundió cada
vez más hasta que no pude seguirte en esa oscuridad y no volviste a verme a mí, a la
cara, a mi amor. Pretendimos amarnos aún así, seguimos juntos, nos separamos y luego
regresamos para seguir intentando, siempre peleamos. En diciembre del 2018 fuimos
por primera vez a la sierra y, después, de odiarme, me pediste disculpas y seguimos
juntos, otra vez intentando amarnos como un día lo hicimos. Yo te seguí amando,
buscando tu alma en aquel mar de recuerdos. No pasó nada, sólo fuimos, con
momentos monótonos que llamé prácticas o vida. Es normal, te insistí.
Seguimos con nuestra vida, seguimos juntos, amándonos y construyendo momentos,
seguimos haciendo el amor pero no lo disfrutabas más, ni los abrazos que antes nos
aseguraban calor, eran suficientes ahora. Después de nuestra primera pelea fuerte
fuimos al psicológo, nunca pudiste cambiar tu agresión pasiva, yo poco a poco suprimí
a mi monstruo y dejé mi agresión activa que se mostraba en momentos máximos de enojo.
Ponía una excusa pretendida dicha por Chaplin quien dijo algo sobre las colisiones de planetas, algo que no recuerdo ya. Después me diste un beso con sabor a oportunidad,
yo lo acepté, intenté mejorar todo, lo logré con el mismo amor, te saqué poco a poco de
aquel barranco donde caíste. Pero, por alguna razón, caíste después más profundo.
El día sábado fuiste por tus cosas, no hubo plática, sólo te despediste y me diste las
gracias. Se cayó mi mundo porque no estás tú, porque te extraño, porque respiro
recuerdos de tus besos, de nuestros juegos, de nuestros apodos, de los momentos
eternos que construimos en un suspiro o una mirada de pasión. No puedo recordar
las pláticas, ni los temas, abordamos muchas cosas. Los juegos, las peleas, la vida
misma tenía que transcurrir para mí siempre en coalición contigo. No hay un yo fuera
de ti. Sólo estoy aquí, pensando en que estás aquí, pensando en que te fuiste, en que
no pude recuperarte, añorando hacer las cosas mejor. Pero no tiene caso. Dejé de
escribir hace dos años y medio por ti, dejé de ser yo por ti, dejé de existir porque
ahora ya no estás aquí. ¿Dime qué puedo hacer para poder seguir en este mismo
mundo sin ti? No fui un mal hombre, me volqué contigo hasta lo más hondo de tu dolor,
te quise sacar de ahí, quise que fueras feliz, que gozaras existir, vivir, amar, hacer el amor,
emborracharte, pelear, reconciliarte. Quise que te quedaras pero hoy no estás, la cama
está vacía, las luces ya no alumbran, quizás tú eras el foco y yo era la oscuridad.
¡Siempre estás en mí!
Te fuiste el 14 de diciembre del 2019 y no sé si alguna vez regresarás.
¡Te espero en el gran azul!, en la sierra, en la escuela, en nuestro cuarto junto
con las winonis que tiré a la basura, con todas nuestras fotos, con nuestros
libros, con el amor que siempre te tuve, renovado, mejor, lejos de la oscuridad.
Ojalá algún día regreses y pueda abrazarte eternamente, morirme en ti, ser
parte de ti. Te amo por siempre.
¡Te espero para siempre!
Comentarios
Publicar un comentario