Un amor que no existe


Otra vez vez escribo por amor. Es difícil hacerlo 
después de tantos escritos por él. Ahora, me pregunto
otra vez, ¿qué es el amor realmente? 
Un amigo me dice que es fácil hablar de amor y que es
fácil practicar el amor pues el amor es ideal e impersonal.
El amor es como un concierto escrito para piano o es 
como un buen poema de tu poeta de confianza. Me dice
que el amor es “algo” fácil y que nosotros lo alejamos de la
sencillez por cuestiones técnicas, como, por ejemplo, el ego.

El amor se entorpece por ego, dice. El amor se entorpece por
codependencia, por insensatez, por malas prácticas de lo que
el amor es. Y, sin embargo, el amor no es impersonal, el amor no
es algo que uno pueda separar de las prácticas o de las cuestiones
técnicas. Una y otra cosa se complementan. El amor nunca es el ideal
de amor, sino su misma práctica con todos los errores que tiene. 
Un poema que hable de amor no puede hablar de su cuestión 
técnica porque el amor no es técnico y tampoco universal, con
un "para siempre" que lo adorne. El amor es necesidad, facticidad, 
hecho, el amor no es ideal, aunque transite entre los deseos 
y las relaciones imaginarias. 

El caso es que regreso nuevamente a escribir lo que siento y, ahora,
lo hago sin ganas, no como aquellas veces cuando me sentí como
si fuese un buen escritor. Mi mente está inundada con conceptos pero
mi cuerpo ya no siente ese tipo de catarsis al escribir. Sin embargo, 
escribo el dolor que me acongoja y tiñe mi piel color rojo sangre.
Extraño los momentos que me abrazabas mientras dormía y, a pesar 
de todo, me decías “te amo”.  Ahora solamente queda el recuerdo de 
lo que quisimos ser y de lo que sentimos, pero ya no sé qué sentimos.
Solo lo recuerdo así, como mi amigo ve al amor: impersonal, alejado, 
ideal. 

Recientemente, mientras la luna cerró el calor de sus entrañas, tú me dijiste
que ya no me amas, ya no sientes nada por mí más que cariño y una forma
tonta de sentirte apoyada por alguien. Las razones son las mismas por las
que no se apaga el fuego de las almas de los seres humanos. Esos seres 
humanos impuestos por la colonización. La razón es porque no pudimos
eliminar, o al menos, disminuir las diferencias entre nosotros.
Una cosa técnica de amor ideal. Ahora la lejanía de tu cuerpo,
la duda de tu existencia, se ventila con un movimiento de ti,
estupefacta, pérfida, ante nuestra existencia  juntos. 

Aún así no me preocupa, yo también tengo mi salto de fe que ejerzo 
en estas páginas en blanco. ¿Qué me dejó esto? Mucho, pero no puede
ser cuantificable y, si lo fuera, no podría contarlo, no al menos en este
momento, donde el tiempo y mi subjetividad, no me permiten entender
el momento o la vida misma. Siento dolor por verte, por sentirte cerca aunque
estés lejos, aunque estés dormida a mi lado. Siento frío en el calor veraniego
mientras tú miras a la nada o sacas tu teléfono para perder el tiempo y
no tener que hablar conmigo.

Aún así me quedo yo, las drogas y el diablo. Me queda la música, los 
recuerdos de la arena de tu monte Venus, los recuerdos de tus pechos
y de los abrazos eternos. Los recuerdos de tus ojos mirándome.
Me quedas tú, sin ser mía o para mí. Me queda el recuerdo, como siempre
me quedó con todos aquellos a quienes les escribo.

Ya no siento lágrimas, pero, entre ocasiones, siento martillazos
a mi corazón que no hacen más que acelere sus latidos, pero éste no para. 
Siento mis piernas densas, mi abdomen robusto, mi cara descuidada, 
siento tu cuerpo dentro y fuera a la vez, como si pudiese pensar que se 
sigue de ello. 

Ya no hay nada más por hacer. Ahora, debo esperar, esperar a que la poesía
regrese a mí y se retribuya a mi alma -la cual le entregué al pecado. La calles,
los carros, el spleen, sobre todo éste último, me carcomen mientras voy
en el transporte público y me dirijo hacia mi destino. Mientras te piense yo, 
mientras te sienta yo, mientras me siente a comer y ver la televisión contigo, 
sorprendido del talento de los demás seres humanos, estarás aquí, a mí lado,
aunque no estés, aunque no te molestes en regresar o siquiera te vuelva a ver. 

Por lo demás, ahora son nueve años que me siento así, como si nada valiera la pena,
enojado con el mundo y con ganas de… ¿de qué? Otra vez, ya no recuerdo 
de qué, ni para qué. No me queda nada más que mi luz y mi oscuridad,
más que lo que fui y lo que soy, no me queda nada más que la música clásica
que siempre me quedó, impregnada, suelta, que fluye entre mi sangre y mi éter. 
No me queda nada más, sólo seguir. Seguir eternamente hasta quién sabe dónde y
quién sabe junto a quién. Al menos, ese es el sentido al que me refiero que estarás
siempre ahí.

Esto no es un verso de amor, tampoco es poesía, soy yo, incrustado en mi texto, en 
la muerte cercana que veo parada a lo lejos, detenida en este lugar, encima 
de esta piedra, viendo aquel cielo azul lleno de pájaros cantando algo que
no entiendo y, quizás sí, de amor. De un amor inalcanzable. 

El que no pude alcanzar contigo. El que no fui capaz de practicar por no saber que
perseguí el ideal de amor, mientras lo mal ejercí con mis acciones confusas
y temerarias. Con mis acciones resultados de mi experiencia. 

Algo así como un gran azul de amor. 
Así como dijo Helen para evitar decir "el cielo":

¡Un amor que no existe y que todos tenemos esperanzas de llegar a él!

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