Una nueva esperanza
Es difícil imaginarse a uno renaciendo de la nada,
es difícil hacerlo después de que muchas personas,
situaciones y sentimientos se interponen entre tú
y las estrellas. Un beso lleno de alivio por parte del
viento. O un abrazo de la luna. A veces eso parece
ser suficiente para pensarte nuevamente, regresar,
estar, sentir que sé es poeta y, luego, nuevamente
volver a caer por donde uno comenzó.
Recuerdo ser más grande que el sol, cuando estaba
con ella. Luego, recuerdo querer ser Mr. Darcy y
tratar de ser lo mejor para una mujer que no me
quiso. También recuerdo tener dos piernas fuertes
para poder abrazar su juventud. Y, por si fuera poco,
alejarme de la poesía justo en el momento en que
la necesité más.
Recuerdo a mis amigos aliviar la pena de mi ser,
darme esperanza con una copa o un cigarro de
mariguana. Una línea para no caerme en cualquier
lado, deseando morir lleno de letras y de mi ingenuo
ser inundado por un personaje. Impresionarme con las
películas llenas de amor, con sus personajes ficcionados
mintiendo insensiblemente en mi cara.
Unas veces voy más atrás, veo mi balón maltrecho que
utilicé para entrenar en el deportivo Independencia.
Caminar rumbo al lugar, tardarme menos de 15 minutos,
jugar con las personas y los carros, fingir que era un
jugador importante de una liga profesional. Otras veces
la recuerdo a ella, a la señora que todo me dio, la que,
por segunda vez, me dio esperanzas de ser algo, de ser
alguien.
Ir al Anglo, conocer el consuelo de la mañana, el rocío
de una flor. Al otro antropológico, disfrazado con ojos
azules y piel blanca, hablando en una lengua ajena a la
que conocí, hasta ese momento. Viajar en metrobus,
escuchando música, viendo a las personas y viéndome
al espejo.
Recuerdo estar gordo de niño. Después ser guapo, incluso
llegar a modelar. Correr todos los días en la ciclopista, sin
importar si llueve, truena, relampaguea. Si se muere
alguien o nace. Correr casi una vuelta al mundo en solamente
10 km. También aún siento los golpes del fútbol, de las muertes
de mis seres queridos, de "los otros", de mí mismo.
Pasaron dos años para recuperar la esperanza, las ganas de
vivir realmente, lo adquirí nuevamente en medio del bosque,
encima de la montaña más grande. Donde pude ver la luz lunar
que tanto presumió Debussy o Beethoven o miles de poetas más
que dedicaron un metáfora al compara los ojos, la cara, las nalgas,
las tetas, la presencia de sus amadas con una luna. Así de hermosa.
Conocer un tipo de personas que supe de su existencia pero que
nunca, hasta hace poco, tuve el valor de ver. Saber que existen más
cosas, cosas que no conozco, también palabras, sentimientos,
personas. Aquel día le hablé a la luna, a las estrellas y a todos ustedes.
Les deseo lo mejor en el gran azul, una muerte llena de calma y
oscuridad, sin tener que estar en algo a lo que se perezca la vida.
Les deseo felicidad. Les pido perdón. Prometo hacer lo que quedamos.
No lloró más. Sonrió con un golpe de un rayo solar y una caricia de
un pedazo de viento.Con la caricia de una mano pequeña, con la vida
de cabeza pero, de alguna manera, de pie. Con la venta de mi ser, de
mis nuevos proyectos y sueños. ¡Qué palabra peligrosa es soñar!
Pero aquí estoy, escribiendo como si fuese un novato, escribiendo
como un viejo: sin pasión, sin energía, sin ganas realmente. Pero,
resignado, feliz porque sabe que la sucesión de sucesos sigue, sin
importarle si existo o no.
A riesgo de caer en la cultura popular americana, reconozco algo que
enseñan a través del sentir. Hay una nueva esperanza.
¡Ya no soy poeta!
Lo digo con dolo y con tristeza.
Ya no siento lo que alguna vez sentí, cuando llegaba borracho y drogado
hasta casi morirme, oliendo a sexo de cualquier mujer que me encontrase.
A tristeza de mis mal olores, también, de aquellos que me pudrieron como
persona, en forma de acciones. Ya no siento nada al escribir esto, ni siquiera
un poco, un trago, una inhalada. Sólo siento, como hace mucho sentí, una
especie de hambre por comerme al mundo.
¡Qué difícil es recuperarla! ¡Qué difícil es mantenerla!
Caminaré por largos caminos boscosos, llenos de osos y de ilusión. De agua,
de dioses, de piedras, de personas, de perros, de gatos, de amigos, de ex novias,
de novias, de familiares, de amigos. Caminando con estas piernas fuertes que,
si bien no me permitieron llegar hasta ella, me permitieron llegar hasta mí,
hasta este momento, a pesar de todos los golpes, a pesar de estar a punto de
caer completamente y no poder levantarme jamás.
Abandoné toda esperanza, algo llegó.
Algo llegó.
es difícil hacerlo después de que muchas personas,
situaciones y sentimientos se interponen entre tú
y las estrellas. Un beso lleno de alivio por parte del
viento. O un abrazo de la luna. A veces eso parece
ser suficiente para pensarte nuevamente, regresar,
estar, sentir que sé es poeta y, luego, nuevamente
volver a caer por donde uno comenzó.
Recuerdo ser más grande que el sol, cuando estaba
con ella. Luego, recuerdo querer ser Mr. Darcy y
tratar de ser lo mejor para una mujer que no me
quiso. También recuerdo tener dos piernas fuertes
para poder abrazar su juventud. Y, por si fuera poco,
alejarme de la poesía justo en el momento en que
la necesité más.
Recuerdo a mis amigos aliviar la pena de mi ser,
darme esperanza con una copa o un cigarro de
mariguana. Una línea para no caerme en cualquier
lado, deseando morir lleno de letras y de mi ingenuo
ser inundado por un personaje. Impresionarme con las
películas llenas de amor, con sus personajes ficcionados
mintiendo insensiblemente en mi cara.
Unas veces voy más atrás, veo mi balón maltrecho que
utilicé para entrenar en el deportivo Independencia.
Caminar rumbo al lugar, tardarme menos de 15 minutos,
jugar con las personas y los carros, fingir que era un
jugador importante de una liga profesional. Otras veces
la recuerdo a ella, a la señora que todo me dio, la que,
por segunda vez, me dio esperanzas de ser algo, de ser
alguien.
Ir al Anglo, conocer el consuelo de la mañana, el rocío
de una flor. Al otro antropológico, disfrazado con ojos
azules y piel blanca, hablando en una lengua ajena a la
que conocí, hasta ese momento. Viajar en metrobus,
escuchando música, viendo a las personas y viéndome
al espejo.
Recuerdo estar gordo de niño. Después ser guapo, incluso
llegar a modelar. Correr todos los días en la ciclopista, sin
importar si llueve, truena, relampaguea. Si se muere
alguien o nace. Correr casi una vuelta al mundo en solamente
10 km. También aún siento los golpes del fútbol, de las muertes
de mis seres queridos, de "los otros", de mí mismo.
Pasaron dos años para recuperar la esperanza, las ganas de
vivir realmente, lo adquirí nuevamente en medio del bosque,
encima de la montaña más grande. Donde pude ver la luz lunar
que tanto presumió Debussy o Beethoven o miles de poetas más
que dedicaron un metáfora al compara los ojos, la cara, las nalgas,
las tetas, la presencia de sus amadas con una luna. Así de hermosa.
Conocer un tipo de personas que supe de su existencia pero que
nunca, hasta hace poco, tuve el valor de ver. Saber que existen más
cosas, cosas que no conozco, también palabras, sentimientos,
personas. Aquel día le hablé a la luna, a las estrellas y a todos ustedes.
Les deseo lo mejor en el gran azul, una muerte llena de calma y
oscuridad, sin tener que estar en algo a lo que se perezca la vida.
Les deseo felicidad. Les pido perdón. Prometo hacer lo que quedamos.
No lloró más. Sonrió con un golpe de un rayo solar y una caricia de
un pedazo de viento.Con la caricia de una mano pequeña, con la vida
de cabeza pero, de alguna manera, de pie. Con la venta de mi ser, de
mis nuevos proyectos y sueños. ¡Qué palabra peligrosa es soñar!
Pero aquí estoy, escribiendo como si fuese un novato, escribiendo
como un viejo: sin pasión, sin energía, sin ganas realmente. Pero,
resignado, feliz porque sabe que la sucesión de sucesos sigue, sin
importarle si existo o no.
A riesgo de caer en la cultura popular americana, reconozco algo que
enseñan a través del sentir. Hay una nueva esperanza.
¡Ya no soy poeta!
Lo digo con dolo y con tristeza.
Ya no siento lo que alguna vez sentí, cuando llegaba borracho y drogado
hasta casi morirme, oliendo a sexo de cualquier mujer que me encontrase.
A tristeza de mis mal olores, también, de aquellos que me pudrieron como
persona, en forma de acciones. Ya no siento nada al escribir esto, ni siquiera
un poco, un trago, una inhalada. Sólo siento, como hace mucho sentí, una
especie de hambre por comerme al mundo.
¡Qué difícil es recuperarla! ¡Qué difícil es mantenerla!
Caminaré por largos caminos boscosos, llenos de osos y de ilusión. De agua,
de dioses, de piedras, de personas, de perros, de gatos, de amigos, de ex novias,
de novias, de familiares, de amigos. Caminando con estas piernas fuertes que,
si bien no me permitieron llegar hasta ella, me permitieron llegar hasta mí,
hasta este momento, a pesar de todos los golpes, a pesar de estar a punto de
caer completamente y no poder levantarme jamás.
Abandoné toda esperanza, algo llegó.
Algo llegó.
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