Con una parte que me quedé de ti (hecho en mayo 2017)

Hace tres años de mi dolor, de tu cuerpo gemir al lado mío,
hace tres años que juré que podría ser para ti lo que fue
aquel hombre que tanto amaste.

De entregarte un libro con esperanzas de que dentro de ti
se clavara lo que decía dentro de él. De querer ser un 
personaje de una novela famosa, más que realmente ser
un buen humano —para tus ojos.

Ya pasaron estos años donde creí que el amor era parte
de ti y de mí, juntos. De recordarte sonriendo, bebiendo,
de recordarte. Del declive de nuestra relación en un par de 
besos; mientras, tú amabas la ilusión de amar a alguien
que era más que yo, para ti. Ahora sólo queda  el recuerdo 
de tus mentiras, de tus besos, de tus abrazos, de tu tontera.

Todos los días de caminar a tu lado, sin realmente estar
a tu lado; nuestros brazos que chocaron juntos sin tocarse 
jamás. Cuando el mar  eclipsó la luna por una caricia 
accidental o por un abrazo o un beso de despedida. 
De salir de fiesta con tus amigas, de presentarme 
como tu “algo”, de ser tu todo —en mi pensamiento.
De estar sentado en ese sillón, con un vaso rojo, lleno
de vodka y de desilusión. 

De ir abrazados en aquel taxi, como si de dos amantes
se tratasen, como si amor verdadero fuese. De tocarte
la cintura baja, de besarte la mejilla, de oler tu cabello, 
de verte a los ojos y ver más que lo que existe en lo físico;
de ver tu alma, de ver tu ilusión, de ver lo que anhelaste,
de ver lo que sentiste. De verte a ti. De sentirte a ti.

Tus risas absurdas y corrientes, tus ademanes pobres,
tus formas de socializar, tus noches de borrachera, tus 
posibles amantes, tu pasado que nunca supe y, que de
alguna manera, siempre tuve conciencia de. A ti nunca 
necesité preguntarte, no fue necesario porque te amé
de verdad, realmente.

Tres años desde la primera vez que lloré por amor,  
quise morirme en los dulces brazos de los vicios:
de las drogas y el alcohol. Pero, no lo hice. Me levanté
fuerte como un roble, el más alto de todos, a pesar de mi 
corta estatura.  Te hice ver que nunca me caí, que nunca 
me caería por nadie.

¡Qué gran mentira!

Un solo recuerdo tuyo fue suficiente para tirarme hasta el 
más hondo abismo del infierno, aún hoy día puedes.
Por ello, en esas tierras malditas, conocí el dolor de Satanás 
y de todos los malditos.

¡Del infierno injusto!



Aquellos que decidieron entregarse a él y a la causa.
Nuestro motivo de vivir es no adolecer, no sollozar y causar
esos sentimientos en los demás: mentirles, lastimarlos, 
hundirlos, romperlos. Otra gran mentira, porque uno es el que
termina hundido y roto. ¿Pero qué importa ya?

Tu silencio ante los gritos de ilusión de mi cuerpo y 
del comienzo de un año nuevo y “otra vida”. Como si el 
transcurso de un día a otro fuese suficiente para dejar de 
sentirte, de sentir que estás ahí. En ese sentido, tú eres como 
el viento que respiro, que necesito, el que nunca pude ver,
que nunca está.

Otro beso tuyo a lo lejos en mis sueños.

Una noche poética —que debió ser poética— ensuciada por 
nuestros besos y nuestros cuerpos haciéndose el amor en el 
adulterio y contra las reglas mismas del amor y de la amistad. 

Una palabra, una queja, un sollozo, un gemido, poco alcohol,
una caricia, una pasión, una mentira, un dolor, una parte de mí, 
una parte de ti, un abrazo y un sueño. Todo lo que tuvimos juntos 
solamente fue un sueño. 

Un año después, esto creció y,  pareció, por un momento, que las 
cosas se acomodan si es por amor. Pero, solamente fue amor de 
mi parte.

¡Te fuiste sin decir adiós! 

Después de que nos dimos un beso, de que besé tus pezones y
de que toqué tus nalgas, después que me pediste que me
controlara para que no te hiciese el amor en tu azotea, debajo de
las estrellas, de la luna y del silencio. Fue el momento perfecto,
una cerveza se derramó, como la sangre de mi sangre, de mi 
corazón.

Un ring sonó de la nada. La llamada del destino que espera en 
un carro blanco por su doncella amada y soñada, como si fuese
un jinete, un príncipe —mientras yo fui un pobre cabo. 
La escena de nosotros arriba, tratando de descubrirnos, amor. 

Guardaste tus cosas, te dije algo que ya no recuerdo acerca de 
las estrellas, me diste un beso en la mejilla, pero, soy un salvaje 
y te tomé de las nalgas,  otra vez, apretándote el ser. 

Te obligué a darme un último beso en la boca, un último beso 
con ilusión de ti. Te regresé, te alcé la blusa y en tus pezones 
conocí todas las montañas y recorrí todos los latidos que los 
seres vivos pueden producir.

Uno de tus gemidos me guió por otro camino, muy lejos, hasta 
el fondo oscuro de una botella de la cual nunca salí, de donde, 
gracias a ti, descubrí que pertenezco.

¡Ahí pertenezco!

Bajaste las escalera de metal, con tu linda cara y tu hermosa sonrisa,
con esa tontera —que mi orgullo y prejuicio alejó por siempre. Como
si nada hubiese pasado. 

Te fuiste con pena, con dolor, con dudas y con desilusión. Pero, 
aún así te fuiste. Tu cabello hizo volar al viento y las estrellas se 
movieron de lugar, tu vista quedó al frente como si lo nuestro jamás
hubiese existido y, yo, me quedé ahí, varado en el nunca y en la nada,
en la nada de la oscuridad de la soledad.  Nunca más regresaste tu 
mirada hacia la mía.Así de simple terminó nuestra historia, jamás te 
hablé de amor, ni quise hacértelo. 

Aunque pasado un tiempo —te vi constantemente—, yo, amé a otras mujeres, 
quizá más de lo que pude amarte. Sentí tu pasión desbordarse por la mía 
cuando no estaba presente o cuando nos veíamos en las reuniones que ambos 
recurrimos.

El sueño de amor no tocó a nuestra puerta, pero, me levanté y seguí.
Amé y seguí. Escribí y seguí. Aunque siempre estás, una mínima o
una máxima parte de mis recuerdos, los cubres con tu sombra, 
con una parte que me quedé de ti.


¡Con una parte que me quedé de ti, mi amor!

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