¡Nos vemos en el más allá!
La noche en que uno recuerda lo que las cosas fueron, los tormentos de las acciones mal concebidas y luego el ruido de la ciudad. Los gritos de júbilo de la juventud enardecida por promesas ilusas de vida y de muerte. Los besos apasionados, las caricias, el toqueteo. Los miembros duros igual que unas buenas nalgas. Un trago de ilusiones rotas -y desesperadas- en el trono de cada quien. Los reyes, las reinas de este país que se sientan en las piernas de un Dios sin misericordia. Luego, la calma de la noche, el dormir como si nada pasara, como si todo se convirtiera en aire y lo pudiéramos respirar. La cruda moral por lo que se hizo anteriormente, que rebasa todo lo que es vivir y nos calma con sollozos de amor. La venas de la ciudad que se configuran en el transporte donde los amantes se besan apasionadamente sin que les importe lo que los demás opinen. Los hermanos -no de sangre; o sí, ¿qué importa?; recorriendo ...